miércoles, 15 de diciembre de 2010

Unidos por una sola causa



La tierra no nos pertenece a nosotros, nosotros pertenecemos a la tierra.
Es el título de la “entrada” al campamento donde el grupo Unidos por el Río intenta defender sus ideales.

 En diciembre del año pasado, las autoridades del Gobierno nacional y municipal, decidieron construir una carretera que solucionara el caos de tránsito de la avenida Libertador. Este mes se cumple un año desde que se habilitó el proyecto.
 “El Boquecito”, ubicado a la altura de la intersección de San Martín y Juan Díaz de Solís, es el recinto en donde un conjunto de vecinos, con diferentes modalidades de lucha que integran el grupo Unidos por el Río, acampa para impedir el avance del Vial Costero que se quiere construir en el municipio de Vicente López.
 El proyecto unirá la Ciudad Autónoma de Buenos Aires con zona norte y llevará el nombre de Raúl Alfonsín. Y, propone hacer una nueva avenida de dos carriles para cada mano y supone ser una alternativa para el ingreso de las avenidas Libertador y General Paz.
 “Eso es lo que quieren que nosotros creamos”, dijo Julio, uno de los manifestantes más comprometidos, mientras miraba el atardecer recostado sobre un tronco.
 Julio se encuentra acampando desde mayo y con una mirada llena de rencor, cuenta que en verdad, la idea de alivianar el tránsito es solo la punta del iceberg. Dice que se están enfrentando a monstruos tales como Carrefour, Francisco De Narváez y a la constructora de Marcelo Tinelli, que buscan no solo destruir el espacio natural de la parte del río, sino que piensan tirar abajo varias instituciones que se encuentran ahí, para construir torres multimillonarias. “Un centro de jubilados, la pista de Bicicross y las instalaciones de los Boy Scouts, ya fueron desmanteladas”, agregó Julio.
 En un principio, el campamento estaba ubicado a la altura de la calle Hipólito Yrigoyen. Pero cuando la construcción comenzó, lentamente fue corriendo a los manifestantes un paso más atrás. Hoy se encuentran impidiendo el paso del último tramo de la obra.
 “El problema que tenemos nosotros es que este proyecto es ilegítimo, pero no ilegal. Por eso no podemos hacer nada más que protestar de manera pacífica e impedir el avance físico de la carretera”, dice Ernesto, un vecino de Vicente López que apoya la protesta, pero que no acampa.
 En un principio, el grupo estaba constituido por 80 personas, pero con el tiempo, fue disminuyendo y hoy son sólo 11 los que siguen viviendo en la intemperie, entre desconocidos.
 Mientras este conjunto de personas acampa, hay otro grupo que se encuentra todos los días frente a las puertas de la Municipalidad, para que escuchen sus pedidos y que los ayuden a cancelar la construcción. “En la municipalidad nadie nos da bola – dice Mercedes, una manifestante activa - . Hay mucha gente que trabaja dentro de la Municipalidad que esta favor de lo que nosotros pedimos y así y todo, no pueden hacer nada.”
 Mercedes cuenta que no es fácil comprometerse a la protesta y agrega: “Todas las personas que estamos acá somos desconocidos. A eso sumale la desesperación de saber que no vamos a poder conseguir nuestro objetivo. Eso genera que se pierda un poco el eje y el ambiente ahora está un poco turbio. Por eso hace dos meses que yo dejé de venir a dormir”.
 La policía intentó, más de una vez y de forma violenta, dilatar a la protesta. Así y todo, ellos siguen instalados y no piensan mover ni una sola carpa. “Todo los días nos despertamos pensando que hoy va a pasar lo peor – comenta Julio - . Y ese día, nos subiremos a los árboles y nos tendrán que sacar lo bomberos. Y una vez que nos saquen y la carretera se termine, vamos a volver a poner nuestras carpas y pobre del primer auto que pase.”
 Los medios parecen no estar enterados de la situación. Mercedes comentó que solo aparecieron en los momentos en que la policía actuó de forma represiva y nunca más volvieron. Cada tanto, aparece un especial en el canal Somos Zona Norte, pero en horarios tan disparatados que daría igual que lo transmitieran o no. Y en caso de que aparezcan en algún medio monopólico, aparecen bajo el nombre de “un grupo de hippies que no quieren trabajar, que deberían ser sacados de forma represiva de una vez por todas”.
 “Si no conocés a nadie no te metas en ‘El Bosquecito’. Es un ambiente feo y la gente no está abierta a hablar con nadie”, dice el oficial Marcelo Méndez, uno de los 7 policías que se encuentran cerca del campamento para impedir que los manifestantes ingresen a la obra.
   
El primero en la fila
 El escenario es una suerte de círculo hecho con troncos encontrados en los alrededores de “El Bosquecito”. En el medio, un fogón que recién empieza a encenderse. Y, su personaje principal, es Julio.
 Tiene la piel quemada por el sol. Sus ojos con bolsas denotan el cansancio que tiene por no dormir bien en ocho meses. Pero su espíritu y su ideología, son más fuertes que cualquier colchón a la hora de reposar.
 Julio se muestra a la defensiva ante la llegada de un extraño al campamento. Cree que todo el mundo lo tilda de “hippie” y que nadie logra entender realmente la razón por la que se encuentra viviendo en la intemperie hace tanto tiempo.
 Recostado en un tronco o sentado en una reposera en la distancia, impone un respeto, o un miedo, que nadie se atreve a confrontar.
 Habla desde la soberbia y no está abierto a opiniones nuevas. Si alguien intenta comentar algo, Julio lo interrumpe y comienza con una nueva explicación del motivo por el cual se originó la protesta.
 Así y todo, después de conocer los motivos del extraño, siempre intenta convencerlo de que vuelva. Todavía sostiene la esperanza de que el grupo de once crezca de manera repentina. Aunque, no deja de remarcar, que nadie esta realmente comprometido como él.

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