martes, 5 de julio de 2011

Te pretendo seductor y el pudor mata mi osadia.
Un opuesto complemento
Una union de pensamientos en confianza.
La locura del desconcierto, el miedo a los celos.
Igualdad de competencia, egoismo de necesidad.
Entenderse, entendernos.
Una relacion.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Unidos por una sola causa



La tierra no nos pertenece a nosotros, nosotros pertenecemos a la tierra.
Es el título de la “entrada” al campamento donde el grupo Unidos por el Río intenta defender sus ideales.

 En diciembre del año pasado, las autoridades del Gobierno nacional y municipal, decidieron construir una carretera que solucionara el caos de tránsito de la avenida Libertador. Este mes se cumple un año desde que se habilitó el proyecto.
 “El Boquecito”, ubicado a la altura de la intersección de San Martín y Juan Díaz de Solís, es el recinto en donde un conjunto de vecinos, con diferentes modalidades de lucha que integran el grupo Unidos por el Río, acampa para impedir el avance del Vial Costero que se quiere construir en el municipio de Vicente López.
 El proyecto unirá la Ciudad Autónoma de Buenos Aires con zona norte y llevará el nombre de Raúl Alfonsín. Y, propone hacer una nueva avenida de dos carriles para cada mano y supone ser una alternativa para el ingreso de las avenidas Libertador y General Paz.
 “Eso es lo que quieren que nosotros creamos”, dijo Julio, uno de los manifestantes más comprometidos, mientras miraba el atardecer recostado sobre un tronco.
 Julio se encuentra acampando desde mayo y con una mirada llena de rencor, cuenta que en verdad, la idea de alivianar el tránsito es solo la punta del iceberg. Dice que se están enfrentando a monstruos tales como Carrefour, Francisco De Narváez y a la constructora de Marcelo Tinelli, que buscan no solo destruir el espacio natural de la parte del río, sino que piensan tirar abajo varias instituciones que se encuentran ahí, para construir torres multimillonarias. “Un centro de jubilados, la pista de Bicicross y las instalaciones de los Boy Scouts, ya fueron desmanteladas”, agregó Julio.
 En un principio, el campamento estaba ubicado a la altura de la calle Hipólito Yrigoyen. Pero cuando la construcción comenzó, lentamente fue corriendo a los manifestantes un paso más atrás. Hoy se encuentran impidiendo el paso del último tramo de la obra.
 “El problema que tenemos nosotros es que este proyecto es ilegítimo, pero no ilegal. Por eso no podemos hacer nada más que protestar de manera pacífica e impedir el avance físico de la carretera”, dice Ernesto, un vecino de Vicente López que apoya la protesta, pero que no acampa.
 En un principio, el grupo estaba constituido por 80 personas, pero con el tiempo, fue disminuyendo y hoy son sólo 11 los que siguen viviendo en la intemperie, entre desconocidos.
 Mientras este conjunto de personas acampa, hay otro grupo que se encuentra todos los días frente a las puertas de la Municipalidad, para que escuchen sus pedidos y que los ayuden a cancelar la construcción. “En la municipalidad nadie nos da bola – dice Mercedes, una manifestante activa - . Hay mucha gente que trabaja dentro de la Municipalidad que esta favor de lo que nosotros pedimos y así y todo, no pueden hacer nada.”
 Mercedes cuenta que no es fácil comprometerse a la protesta y agrega: “Todas las personas que estamos acá somos desconocidos. A eso sumale la desesperación de saber que no vamos a poder conseguir nuestro objetivo. Eso genera que se pierda un poco el eje y el ambiente ahora está un poco turbio. Por eso hace dos meses que yo dejé de venir a dormir”.
 La policía intentó, más de una vez y de forma violenta, dilatar a la protesta. Así y todo, ellos siguen instalados y no piensan mover ni una sola carpa. “Todo los días nos despertamos pensando que hoy va a pasar lo peor – comenta Julio - . Y ese día, nos subiremos a los árboles y nos tendrán que sacar lo bomberos. Y una vez que nos saquen y la carretera se termine, vamos a volver a poner nuestras carpas y pobre del primer auto que pase.”
 Los medios parecen no estar enterados de la situación. Mercedes comentó que solo aparecieron en los momentos en que la policía actuó de forma represiva y nunca más volvieron. Cada tanto, aparece un especial en el canal Somos Zona Norte, pero en horarios tan disparatados que daría igual que lo transmitieran o no. Y en caso de que aparezcan en algún medio monopólico, aparecen bajo el nombre de “un grupo de hippies que no quieren trabajar, que deberían ser sacados de forma represiva de una vez por todas”.
 “Si no conocés a nadie no te metas en ‘El Bosquecito’. Es un ambiente feo y la gente no está abierta a hablar con nadie”, dice el oficial Marcelo Méndez, uno de los 7 policías que se encuentran cerca del campamento para impedir que los manifestantes ingresen a la obra.
   
El primero en la fila
 El escenario es una suerte de círculo hecho con troncos encontrados en los alrededores de “El Bosquecito”. En el medio, un fogón que recién empieza a encenderse. Y, su personaje principal, es Julio.
 Tiene la piel quemada por el sol. Sus ojos con bolsas denotan el cansancio que tiene por no dormir bien en ocho meses. Pero su espíritu y su ideología, son más fuertes que cualquier colchón a la hora de reposar.
 Julio se muestra a la defensiva ante la llegada de un extraño al campamento. Cree que todo el mundo lo tilda de “hippie” y que nadie logra entender realmente la razón por la que se encuentra viviendo en la intemperie hace tanto tiempo.
 Recostado en un tronco o sentado en una reposera en la distancia, impone un respeto, o un miedo, que nadie se atreve a confrontar.
 Habla desde la soberbia y no está abierto a opiniones nuevas. Si alguien intenta comentar algo, Julio lo interrumpe y comienza con una nueva explicación del motivo por el cual se originó la protesta.
 Así y todo, después de conocer los motivos del extraño, siempre intenta convencerlo de que vuelva. Todavía sostiene la esperanza de que el grupo de once crezca de manera repentina. Aunque, no deja de remarcar, que nadie esta realmente comprometido como él.

La Casa Ronald McDonald



Un hogar particular:
Lo mejor, de lo peor
 En medio de una sala vacía sobre una mesa ratona, descansa un cuaderno azul araña. Dentro de él se alcanza a leer: “Mi hijo Lucas está esperando un transplante de médula ósea. Espero que todo salga bien”. En la página siguiente, la misma letra continúa con un nuevo texto que dice: “Mi hijo Lucas falleció a causa del transplante”.
 Esa es la clase de historias que se escuchan, o se leen cada tanto, en La Sala de Padres de Terapia Intensiva de La Asociación La Casa de Ronald McDonald, ubicada en el primer piso del hospital Garrahan. Pero ése, sería un día atípico en la sala.
 Todos los días, 90 madres se despiertan en un cuarto rodeadas de desconocidas. Hacen su cama, juntan sus cosas, pasan por el baño y luego por la cocina. Desayunan, cruzan dos o tres palabras con algún voluntario de turno y salen por la puerta para entrar en el cuarto donde, el propósito de su nueva vida, descansa enchufado a una máquina que los mantiene vivos.
Salen y entran constantemente de su nuevo hogar. Cuando no están del otro lado del panel que separa su casa con el Pabellón de Terapia Intensiva, retoman sus quehaceres cotidianos. Cocinan, lavan, planchan, leen o escuchan música. Tendencias y mecanismos normales en la vida de cualquier otro individuo.
Depende del día, se encuentran en talleres de manualidades, practicando nuevos pasos de tango o distraídas con alguna de las actividades que les brinda la casa. Cualquier cosa que no las haga estar constantemente pendientes del artefacto ubicado en su nueva sala de estar. Un teléfono por el cual los médicos se comunican con las madres. Una vía de comunicación que detiene los latidos del corazón de cada una de estas mujeres cada vez que hace sonar su campana. Esperan a que sea una buena noticia sobre su hijo y, con un egoísmo justificado, si es una mala, que no sea para ellas.
Cada tanto, se escucha alguna pelea infantil entre las madres. La susceptibilidad las acompaña día a día haciendo que algo mínimo, parezca un hecho casi más trágico del que en un principio, las llevó a vivir en esa sala.
Pero a pesar de las diferencias, se mueven distantes y a la vez en bloque. Entienden que todas son distintas y que, en otra circunstancia de su vida, seguramente no se hubieran dirigido la palabra. Pero hoy, todas comparten un común denominador, la expectativa de saber si su hijo vivirá un día más.
“Sala”, es lo que en términos médicos significa dejar la terapia intensiva. Implica tener que dejar esa casa con lujos con los que tal vez en la vida cotidiana no se cuenten, pero supone también, que su hijo se ha salvado.
Las risas tampoco faltan. De vez en cuando, se permiten a ellas mismas sonreír ante algún factor cómico. Pero es una risa apagada y casi con culpa, como si reír implicara olvidarse el motivo que las llevó a estar ahí.
Esa es su rutina hasta que llega la noche, instante en el cual ya no tienen con que distraerse y entienden que en algún momento, tienen que dormir.
Las 90 mamás dejan a sus hijos a merced de los doctores y vuelven a pasar por la cocina, por el baño y se recuestan en sus camas, rodeadas de desconocidas. Cansadas de escuchar voces y pocas palabras, agotadas de ver caras y pocas miradas y, esperando que el día siguiente, no termine como el de Lucas.

  
Una cuota agridulce
 Teresa llega todos los días a las 8, se prepara un café, deja sus cosas en su escritorio y se toma un minuto para plantearse cómo enfrentar fríamente, 90 historias trágicas.
 Es una voluntaria de 57 años que se mueve enérgica por todo el lugar desde hace 1 año. Lava sábanas, revisa que no falte nada en los cuartos, acomoda la cocina y luego, vuelve a su oficina. Cualquier cosa que la mantenga ocupada y alejada de un nuevo relato triste.
 Siempre esta atenta y se encarga de que a nadie le falte nada. Y si bien a veces presta su oído, siempre pone una cuota de frialdad para no verse involucrada en una historia que no es suya.
 Una de sus funciones es recibir las tarjetas magnéticas con las cuales las madres pueden entrar y salir de la casa. Pero cada vez que una mamá entra a su oficina, Teresa sonríe, saluda y toma la llave, pero nunca se permite mirarlas a los ojos.
 Es una barrera que le cuesta construir, ya que es propensa a hacer propios los problemas ajenos y su dulzura es casi imposible de esconder. Pero, sin más remedio y contra su voluntad, rechaza las miradas de las madres y se convierte en una piedra. Una frialdad que debe mantener para poder aguantar un día más.

 
 “Un hogar lejos el hogar”
 La Asociación La Casa de Ronald McDonald, se inauguró en Estados Unidos en el año 1974, cuando la hija del jugador de fútbol americano Fred Hill enfermó de leucemia.
La enfermedad obligó tanto al padre como a su hija a dormir y a alimentarse en el hospital de turno.
 Para que situaciones de ese estilo dejaran de ocurrir, reunió a los compañeros de su equipo, se contactó con la doctora Evans del Hospital de Niños en Filadelfia y recaudaron fondos para crear un lugar que diera alojamiento a familias que estaban pasando por el mismo trauma emocional que él pasó junto a su hija.
 Por su parte, la doctora Evans se contactó con McDonald’s para conseguir un sponsor que patrocinara el proyecto y que los apoyara económicamente.
 Actualmente hay 300 Casas de Ronald McDonald en 30 países, que funcionan gracias al aporte de más de 30.000 voluntarios, sumado al apoyo de empresas particulares y de instituciones locales, que colaboran para mejorar la salud y el bienestar de la infancia.

martes, 30 de noviembre de 2010

No se como empezar...claramente

Bueno vamos a ver que sale.
No tengo la mas minima idea de como se usa esto, que seguramente debe ser una re pelotudez. Siempre quise hacerme un blog y nunca supe que poner. Y ahora lo tengo y lo voy a estrenar publicando en internet el trabajo que me dijeron que iban a publicar y nunca vi en ningun lado.
Asi que, por mis propios medios lo subo. Sin titulo, sin volanta y sin ni todas esas coas que me piden siempre y que no se hacer. (No tengo tildes en esta pc). Aca va entonces, algo sobre la Iglesia de San Patricio.

De un blanco perla son las paredes que encierran, por dentro, a la iglesia de San Patricio. Sencillas, con apenas 6 imágenes de santos a cada lado y una cruz que descansa al final del pasillo tras el altar. Una estructura casi monótona para la mirada de quien no sabe la historia que ocultan los muros de la congregación, ubicada en la calle Estomba 1942.
  En un cuarto dentro de la iglesia y lejos de los ojos curiosos, se encuentra la prueba de los asesinatos de los sacerdotes Pedro Duffau, Alfredo Leaden y Alfredo Kelly y los seminaristas Salvador Barbeito y Emilio Barletti, llevados a cabo la madrugada del 4 de julio de 1976 durante la última dictadura militar.
   Una alfombra rojo carmín, que hace 34 años se encontraba en el primer piso de la iglesia, se convirtió en una ventana al pasado que todos los días trae a quien la mire los nombres de los cinco mártires palotinos. Sobre el tapete murieron los tres sacerdotes y los dos seminaristas. Quedó agujereada por las balas que los mataron y con manchas de sangre que aun hoy, no desaparecen.
  El padre Alfredo Kelly era quien hablaba en voz alta, en sus misas ante 500 fieles, sobre lo que estaba sucediendo en el país: la desaparición de las personas. En su diario dejó escrito, una semana antes del asesinato, que tenía miedo de que algo le pasara, que lo mataran.
  A Kelly fue a quien fueron a buscar esa noche y con él, se llevaron a todos los miembros de la comunidad.
  La iglesia de San patricio se levanta en la esquina de las calles Estomba y Echeverría, imponente con sus paredes de ladrillo oscuro. En el sector izquierdo descansa el hoy conocido como Rincón de los Cinco, donde hay placas como recuerdo de lo que sucedió. Y, sobre una de ellas, se alcanza a leer una breve frase que dice: “Que este monumento sea un símbolo de perdón, memoria y unidad, por todas las víctimas de la violencia en esos años aciagos de nuestra patria”.